El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Seguro que ya sabes de quién urdo

SEGURO QUE YA SABES DE QUIÉN URDO

Esta tarde, nada más empuñar el BIC azul, había pensado componer una charada al estilo de las que coronaba antaño quien era un experto en la realización de las mismas, el religioso azquetano Pedro María Piérola García, ya que el susodicho acostumbraba a conformar o llevar a cabo una, original, con cada nuevo número de la revistilla “Navarrete”, y fue, precisamente, uno de los inolvidables educadores o formadores que tuve en dicha localidad riojana, durante los tres cursos académicos que estudié allí, hace la friolera de medio siglo, y cuya personalidad tomé y modelé o moldeé ad libitum, básicamente, junto con la de otro colega suyo, sacerdote camilo también, Jesús Arteaga Romero, para crear el personaje literario al que he dado en llamar fray Ejemplo, por la sencilla razón de peso de que suele aducir uno, al menos, para que el caso expuesto por él quede explícito, clarificado, pero ahora me conformo con que sea una adivinanza o, si se prefiere, un enigma.

El personaje de quien me dispongo a darle pistas a usted, atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, él o no binario), para que lo acierte mediado este escrito en prosa, es decir, sin necesidad de acabar de leerlo, es un narciso de libro, un ninfo de tomo y lomo; o sea, alguien a quien todo hijo de vecino identifica con el niño llorón en el bautizo ajeno, el contrayente locuaz en la boda de otro, el misacantano garrulo en la primera eucaristía ajena, el finado mudo en la misa de funeral de otro, que enseña (exhibe es forma verbal que se ajusta o cuadra más con su acción) su firma, tras ponerla y rubricarla en el documento que recoge su decisión, inapelable, sin vuelta de hoja.

Se cree el centro del mundo, por la sencilla razón de peso de que es el segundo rey sol de la historia (y los cabellos de su pelo no lo desmienten, pues semejan rayos siderales), sin ninguna duda. Primero te amenaza (lo hace a todo quisque, se halle a su diestra y/o siniestra, sin excepción, pero luego algunos se libran de sus taras, vocablo que acaso contenga un yerro, pues haya querido trenzar tasas, sinónimo de aranceles), y luego parece que te perdona la vida. Todo lo hace bien, pero yo veo en él al baturro acérrimo, cerrado, cuya imagen venía estampada otrora en una bolsa de pipas, que viajaba con su burro (habría que preguntarse cuál de ellos lo era más, si el matraco o el asno) por mitad de la vía, ve venir el tren y dice: “Pita, pita, ¡como no te apartes tú!”. Esta pista debería ser definitiva; pero hay más.

El personaje que busca no es altivo, ni arrogante, ni engreído, ni fatuo, ni jactancioso, ni presuntuoso, ni pretencioso, ni soberbio, ni vanidoso, ni ufano. Es todo eso y otra ristra más de sinónimos, sin antónimos. Su autoestima es tan grande que no le cabe dentro de su persona (y mira que el tío es enorme), así que lleva una clac o claque de paniaguados con espejos para que la reflejen.

El sujeto que busca es la caraba, la leche, la repanocha, la repera. Es un espécimen singularmente venenoso; así que no le extrañe que haya quien lo compare con Medusa, la gorgona que mataba con la vista, si la mirabas directamente a los ojos. Es un dragón que lanza fuego por la boca, cada vez que la abre, pero la humanidad confía en que ya haya nacido el san Jorge y, asimismo, haya sido forjada la espada que él empuñará para acabar con el fiero reptil fabuloso.

El personaje de quien urdo es un tipo exitoso, hecho a sí mismo, que no tuvo padrinos y logró su primer millón recién cumplidos los treinta, como otros llegaron a generales a esa o parecida edad.

Necesita de los demás; sobre todo, de que lo aplaudan en todo cuanto hace, para que su narcisismo se mantenga a la altura adecuada, en el listón oportuno, que a él le indique que sigue siendo el más listo de la clase y del mundo, y esas ovaciones libres, espontáneas, le permitan no bajar del nivel en el que se ha colocado o se halla.

Se cree un elegido y, si resulta herido en una oreja, por el mismo Dios, que evitó su muerte prematura con el fin de que salvara al mundo del demonio, aunque otros vean al mismo diablo en él.

Se identifica con su país y, como los demás para él no existen, porque solo le importa él, las demás naciones le importan un bledo, salvo que haya en ellas tierras raras.

Se cree que los demás lo envidiamos, porque él hace lo propio cuando tiene un momento de bajón anímico, que envidia a quienes cree que lo superan en inteligencia y/o riquezas de todo tipo.

Y no le pongo más trampas, porque me consta que hace rato que usted ha superado cuantas le he colocado en el camino, y sabe, a ciencia cierta, quién está detrás de los renglones torcidos que aquí he trenzado.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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