TENER MÉTODO ES ÚTIL HERRAMIENTA
HOY; QUIZÁ MAÑANA ME ARREPIENTA
En el “Diálogo de la lengua”, obra escrita hacia 1535, su hacedor, el humanista y escritor conquense Juan de Valdés, a una pregunta que le hace Marcio (el resto de los personajes del coloquio son Valdés, Coriolano y Pacheco), acerca de qué es lo que observa y guarda en lo tocante al estilo, Valdés contesta (cito, según la edición preparada por Antonio Quilis Morales, en Ediciones Libertarias S. A., 1999): “Para deciros verdad, muy pocas cosas observo, porque el estilo que tengo me es natural y sin afetación ninguna. Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo quanto más llanamente me es possible, porque, a mi parecer, en ninguna lengua sta bien el afectación. Quanto al hazer diferencia en el alçar o abaxar el estilo, según lo que scrivo o a quien escrivo, guardo lo mesmo que guardáis vosotros en el latín”. Y, asimismo, apenas unas líneas más bajo, reconoce cuáles son los dos principales fines u objetivos que busca: la concisión y la precisión: “Que todo el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes, de tal manera que, esplicando bien el conceto de vuestro ánimo, y dando a entender lo que queréis dezir, de las palabras que pusiéredes en una cláusula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender a la sentencia della, o al encarecimiento, o a la elegancia”.
No me constan datos fidedignos que me permitan aseverar, de manera concluyente, que no fuera verdad de la buena cuanto afirmaba dicho autor en la susodicha obra, que hablaba como escribía, o viceversa. Y dispongo de menos razones aún para asegurar, de modo categórico, que mentía como un bellaco o bribón cuando lo corroboraba.
Ahora bien, lo que sí puedo manifestar y trenzar, negro sobre blanco (y tan verdad es la mía como la fetén de Valdés, a quien, lo reconozco aquí y ahora, sin ambages ni requilorios, vengo apreciando y estimando más de lo que ya lo hacía, desde que José María Martínez Domingo, catedrático de literatura de la Universidad Rey Juan Carlos, acopió o acumuló tal cantidad de datos que le permitieron casi casi atribuir la autoría del anónimo “Lazarillo de Tormes”), es que yo no escribo como hablo, circunstancia o extremo que han reconocido otros muchos autores. Hoy, verbigracia, abundo con el parecer de Franz Kafka, quien defiende que “el camino de la cabeza a la pluma es mucho más largo y difícil que el de la cabeza a la lengua” (dando a entender lo obvio, que no es lo mismo hablar que escribir; yo, por ejemplo, confieso que no sé hablar, pues, cuando lo hago en público, me atasco, me atoro, pero sí he aprendido a escribir; y en este ámbito o terreno me defiendo de forma aceptable).
Vengo comprobando, desde hace muchos años, que, estando tumbado decúbito supino en la cama, antes de conciliar de nuevo el sueño, tras salir al baño a hacer aguas mayores y/o menores, de madrugada, si intento cazar al vuelo o pescar sin anzuelo una idea; unas veces logro mi propósito y otras no. Hay ocasiones en las que, cuando consigo salir airoso de ese trance o reto, si no me he levantado del catre para escribirla escuetamente, a la mañana siguiente, aunque intente verbalizarla, transcribirla o vestirla con palabras, hay oportunidades en las que eso no es coser y cantar, ya que necesito Dios y ayuda extra para coronar dicho menester.
A veces, la idea es original, excepcional (qué va a decir su autor), pero ha sido escrita en tres, seis o diez líneas. Ahora hay que sumar a esa columna o raquis la cabeza, los miembros superiores e inferiores, las manos, los pies, el tórax y el abdomen. Y luego colocarle los ropajes y calzarla con vestidos y zapatos adecuados, que no desentonen, en los que haya coherencia y cohesión entre las partes que la componen o conforman.
He intentado seguir la estela o el rastro de Juan de Valdés y me he sentido perdido al momento, ya que no he aguantado más que unas líneas. Así que procedo a cambiar de método o ejemplo. Esto es lo que he concluido: tener método o plan de trabajo está bien. Pero unas veces este te viene estupendamente, porque le sacas el partido apetecido, y otras es un desastre, pues no te resulta útil, provechoso. Y tal vez se imponga lo cabal, mudarlo por otro, si consideras que es mejor, y aun el óptimo. Lo propio o tres cuartos de lo mismo sostiene el filósofo austríaco-británico Karl Raimund Popper que hay que hacer con lo que atañe a la verdad, interina, provisional; cuyo desarrollo hoy callo, para no hartar al lector habitual, al personal, archiconocedor de su teoría.
Ángel Sáez García